La pregunta no es quién me va a dejar, sino quién me va a detener
Ayn Rand
Los pensamientos, los discursos y las acciones que afloran en torno al Día Internacional de la Mujer responden a la perspectiva con que se observa la realidad histórica y presente.
Se evidencian dos posturas antagónicas bien definidas: este día se lucha o se celebra. Ambos posicionamientos tienen de fondo una concepción específica del poder: o bien se tiene una lectura de la realidad que se libra en términos dicotómicos entre oprimidos y opresores, o bien se entiende que nadie nos hace nada y se asume la vida bajo la conciencia de que nuestras decisiones son las que nos condicionan o liberan.
Lo sustancial radica en dónde creemos que está el poder: afuera o adentro. La primera retórica sostiene que está en las manos de la hegemonía heteropatriarcal que no deja a las mujeres ser libres, las oprime (desde vaya uno a saber cuándo) condicionándoles la voluntad y la capacidad de decidir. La segunda revela que el poder está en nuestra conciencia manifestándose externamente a través de la libre voluntad y la decisión reflexiva. Esto se respalda tanto en el axioma constitucional de que todos somos iguales ante la Ley como en la experiencia de ser capaces de alcanzar todo aquello que la disciplina, constancia, aptitud y mérito permitan.
El discurso feminista intenta sostener la idea de que la fuerza para alcanzar objetivos no nace de la voluntad individual porque esta está condicionada por una suerte de estructura invisible que, generación tras generación, se ha reproducido en detrimento de la libertad de la mujer. Así, la lucha es por conquistar el poder: se demanda la «transversalización» de políticas públicas de género que logren reparar el daño que el patriarcado les ha causado por acaparar el poderío y no distribuirlo equitativamente: la clásica dialéctica marxista tomada por el feminismo.
La marcha del 8M es el símbolo que representa esta visión de la realidad. A través de manifestaciones extravagantes, las «oprimidas» reclaman los derechos ya conquistados por las verdaderas feministas, las de la primera ola. El feminismo actual es el grito caprichoso y contradictorio de las malcriadas que quieren poder por simplemente ser mujeres, del mismo modo que lo manifiestan los demás tentáculos del progresismo posmoderno.
La segunda narrativa no se apoya en los artificios que el pensamiento humano ha creado como lo es, por ejemplo, la idea del «opresor», sino que se sostiene en lo que evidencia la naturaleza salvaje y primitiva: la figura del «depredador». Cuando se piensa en términos de opresores y oprimidos, emerge la debilidad. Sin embargo, cuando se piensa en términos de predadores y presas, se despierta el instinto de supervivencia y, en este escenario, prevalece la fortaleza.
Esta ha sido la principal aliada del hombre para poder sobrevivir a la depredación. En una lectura estricta de la actualidad, se puede afirmar que la especie humana ya no vive con medios escasos ni en condiciones adversas como en tiempos primitivos.
Los discursos progresistas exaltan la debilidad y demonizan la fortaleza. Resulta evidente que si esto hubiese predominado en tiempos donde estrictamente luchábamos por sobrevivir, nos habríamos extinguido.
Que no se exalte la fortaleza como principal virtud humana responde a no tener que velar por la verdadera supervivencia. Pero también a una estrategia sutil de ingeniería social: el individuo es conflictuado hasta el debilitamiento, a través del alejamiento de la realidad natural observable, para poder dominarlo por completo.
No hay opresores: hay débiles. Es crucial ponderar, en todas sus variantes, la fortaleza humana, ya que es donde radica el verdadero poder. No hay un agente externo que genere opresión, sino que existe una cultura que inhibe la fortaleza del ser humano.
Evidentemente esta narrativa no le sirve al sistema, pues intenta ejercer su dominio a través de la fuerza. Por esta razón fomentan el utópico discurso colectivista: «varios unidos con un mismo objetivo tienen más fuerza que uno solo».
Estos individuos débiles, que creen encontrar fortaleza juntándose con otras personas débiles y que demonizan a los fuertes, están condenados a la fragilidad. Todo individuo débil necesita de un protector, un salvador o un héroe que le marque el camino para encontrar su propia fortaleza. Desconocer esto es pegarse un tiro en el pie.
Lo que sucede es sencillo: hay mujeres que camuflan sus debilidades en grupos colectivos apuntando sus reclamos hacia afuera, porque esto es más fácil que embarcarse en el arduo trabajo de entrar desnudas en los laberintos espinados de sus propias miserias y trabajar en ser mejores personas.
Pero también estamos las que no tenemos conflictos con la realidad y no necesitamos de ningún privilegio disfrazado de derecho. Las que nos sentimos orgullosamente hembras y damos la vida por nuestras crías. Las que luchamos individualmente por cambiar lo que nos hace sentir estancadas y no le echamos la culpa a nadie. Las que honramos a la madre que nos parió, al padre del que tomamos la fuerza, al hombre que es nuestro hogar y a las guerreras que, sin ser parte de un colectivo, nos acompañan en la constante conquista de la verdadera libertad.
A las que tenemos motivos para celebrar:
Feliz día.
La Valkiria
4 respuestas
Feliz día Valquiria. A celebrar este día.
Sin intención de restar trascendencia: ojalá lleguemos a darle el mismo valor al 19 de noviembre como se le da al 8 de marzo. Ahí habremos comprendido como sociedad que hombres y mujeres, juntos y en armonía construimos, avanzamos, y preservamos esta especie que se supone somos la más evoluciónada del planeta. Saludos.
ojala así sea! somos merecedores de tal festividad a la par, festejar la vida ante todo. Por cierto… dudo q seamos los mas evolucionados dl planeta
Excelente.
Justas palabras. Salú Valkiria